¡POR TODO EL CENTRO! Colas que traen cola ; Por Vladimir Villegas

Roy Chaderton Matos, ex canciller y ex embajador de Venezuela en Colombia y ante la Organización de Estados Americanos, se suma a las voces que alertan sobre los peligros de un estallido social, y no lo hace para marcar distancia con el gobierno de Nicolás Maduro sino para poner de relieve una realidad cada vez más inocultable: que esto se puede ir de las manos en cualquier momento.

¿Y qué es “esto”? Nada más y nada menos que todo. La paz social, un concepto en entredicho en una sociedad donde lo matan a uno por un celular, un carro, un reloj o sencillamente porque el malandro necesita ganar cartel con sus compinches y para ello es imperativo que coleccione vidas arrebatadas. La gobernabilidad, una condición necesaria para que el país y sus instituciones marchen armoniosamente, en medio de diferencias y dificultades que se canalizan mediante un diálogo político efectivo. Y la capacidad del Estado para garantizar que la población tenga acceso a todos los productos que le permitan la mínima calidad de vida que debe ofrecer una democracia.

Estos tres elementos están en peligro. El indeseable fantasma del Caracazo reaparece con fuerza, no porque esté siendo invocado o convocado maliciosamente por nadie sino porque la memoria colectiva sobre este hecho sigue vivita y coleando. Esta vez no tiene nada que ver con el aumento de la gasolina como medida aislada que venía siendo reclamada desde hace tiempo, sino con la desesperación que se apodera cada vez más de quienes no tienen más remedio que soportar largas y ahora peligrosas colas en las cuales la ira, la desesperanza y hasta la indignación se convierten en un peligroso combustible de alto octanaje.

Chaderton asocia esa ira con un reguero de pólvora, y lo atribuye, palabra más palabras menos, al bachaquero y al delincuente.

Tiene razón Chaderton Matos, porque la gente que hace su cola desde la madrugada se enfrenta al cambote bachaqueril que impunemente se colea y arrasa con todo, y de paso se arriesga a ser víctimas de asaltos. Pero Roy se queda corto. La indignación y la ira son inspiradas también por los responsables visibles de esas colas que traen cola. Por mucho que este calvario se atribuya, según voceros oficiales, a la guerra económica, los escándalos de corrupción en las redes públicas de distribución de alimentos ponen el balón en zona de gol contra el gobierno. Eso es una realidad del tamaño de la cola que el fin de semana se formó en Terrazas del Ávila.

¿Y qué hace el gobierno para enfrentar con éxito esta situación, para conjurar los peligros que arriba comentamos? Nada o muy poco que luzca efectivo. La larga alocución presidencial en la cual se anunciaron algunas medidas dejó la sensación de que todavía no existe una estrategia clara y adecuada para resolver el problema fundamental de este momento, la ausencia de divisas para importar la comida y los alimentos necesarios para calmar la angustia que ya es nacional, que no tiene ribetes ideológicos, políticos ni partidarios. Buena parte de los venezolanos dedica gran parte del tiempo laboral útil para procurarse cualquier producto. No importa si no lo necesita, porque algunos valen más por su valor de cambio que por su valor de uso.

Se habla de motores viejos y nuevos para reactivar la economía.

Se dibujan escenarios futuros luminosos, de abundancia, productividad, seguridad alimentaria, soberanía y de recuperación de la capacidad adquisitiva de las grandes mayorías. Pero la escasez de confianza y credibilidad hace despertar del sueño a cualquiera, ante la frustrante realidad de que apenas estamos entrando en el túnel de la crisis.

Lo peor de todo es que sigue sin aparecer la autocrítica real, esa que para demostrar su autenticidad viene acompañada de las rectificaciones, del anuncio claro y sin rodeos de las medidas destinadas a lograr el financiamiento externo que hoy es imprescindible para al menos sortear esta difícil coyuntura. “Con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quier” no es precisamente una pieza musical que ayude a entender nuestro drama económico. ¿Quién nos echa una mano? Ahí, y en las condiciones que nos pongan, está el detalle.

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