“¡Llegó el agua!”, es el grito que se escucha en una que otra vivienda, cada 30 días e incluso durante un período más largo, cuando un débil chorro se asoma en las tuberías. Una situación que se registra desde 2015. Reseña El Nacional.
Al igual que algunas ciudades de Latinoamérica, las zonas populares que tranzan un margen alrededor de Caracas carecen de suministro de agua potable regular. Un hecho relacionado con inversiones inadecuadas o inexistentes en infraestructura y agravado por la sequía atribuida al fenómeno meteorológico El Niño, que disminuyó las reservas del líquido.
“Antes el agua llegaba una vez por cada siete días, cada fin. Sino, llegaba entre semana. El tiempo máximo que esperábamos en 15 días. Ahora, todo empeoró”, relató Betty Rivero, residente del sector Bolívar.
Este es el momento del “corre corre”. No hay tiempo de agradables baños hasta que los tanques se laven y se llenen (rogando que aun no corten el suministro). También colman los barriles que resguardan dentro de las casas como reserva para los períodos más duros de sequía, mismos que impulsan las ya tradicionales trancas en la autopista Gran Mariscal Ayacucho.
Las angostas calles de los barrios se colorean entonces. Algún visitante dirá que se pusieron de acuerdo para «izar» la ropa mojada, pero es que esta es otra de las faenas que les ha dejado los innumerables días sin poder usar la lavadora. Lavar es prioridad antes que el agua se despida nuevamente.
Racionamiento eterno
Ahora bien, el servicio puede durar entre 2 a 6 horas y generalmente llega en la mañana, ocasionalmente en la noche o madrugada. Después se retorna al racionamiento que los habitantes de estos sectores padecen.
“Parece que nosotros somos ciudadanos de segunda, que somos camellos. Somos reserva para votos, pero la calidad de vida la sacan por la ventana”, comentó entre dientes una mujer habitante del barrio Este del Ávila, durante una de las protestas más rudas registradas en febrero de 2016, para exigir agua para la zona.
En esta manifestación, la Guardia Nacional Bolivariana militarizó como nunca La Alcabala, otro barrio que da inicio a la ruta para subir el cerro. Niños del callejón San Guillermo se vieron afectados por los gases que se colaron en las casas en horas de la noche de aquel 23 de febrero.
Semanas que caldean ánimos
Entre más días pasan, el nerviosismo inducido por la baja en los tanques aumenta. Y es que si en la primera semana ahorran estrictamente el agua, en la segunda los “¡cierra el chorro!” se convierten en un regaño recurrente.
La tercera semana comienzan las medidas regulares para racionar en extremo el líquido: los residuos de las breves duchas se guardan para usarlas en el inodoro, no se lava el cabello en días consecutivos y una montaña de ropa sucia va en aumento magistral.
“Por favor, que llega el agua”. La cuarta semana inician los ruegos a Dios y a Hidrocapital. Otros prefieren recordar la basta labor gubernamental de Nicolás Maduro y su gabinete ministerial, en cuanto al tema de servicios se refiere, a través de gritos al aire o acaloradas discusiones que suben la temperatura.
A este nivel, ya la sequía es insostenible. Comienza pues la compra de agua por cisterna, que oscila en 8.000 bolívares como mínimo, donde deben cargar a cuestas los tobos que llevarán hasta sus casas sin acceso directo a vía principal. En 2015 la Alcaldía de Sucre enviaba camiones para abastecer a los vecinos; en 2016 ya no suben el cerro.
También la recolecta de agua de lluvia para cualquier actividad, que descarte comida y baño, se hace habitual; se sacan las reservas para cocinar.
Subiendo la primera entrada del barrio La Parrilla, se podrá ver -ya rozando el día 30- a niños sacando agua de un pequeño pozo que pasa por los cimientos de una casa ubicada al margen de la vía. Al parecer el agua es limpia pero no potable. De acuerdo con la hora, se observará una mínima fila con gente esperando para abastecer su mínimo requerimiento en aquel hueco.
Si la interrupción del suministro rebasa los 31 días, no habrá esfuerzo que valga para racionar pues las reservas se habrán agotado para entonces. Afortunados lo que gocen de más de 4 tanques y un pequeña familia.
“¡Llegó el agua!”, inicia el viacrucis.